12 diciembre 2006

Arqueología en blanco y negro

CARMEN ARANEGUI GASCÓ

El Museo de Prehistoria de la Diputación de Valencia ofrece en su sede de la Beneficencia (Corona, 36), hasta abril de 2007, una entrañable exposición sobre la historia de la institución entre 1927, fecha de su creación, y 1950, año del fallecimiento de Isidro Ballester, su fundador.

A través de fotografías -en blanco y negro- y de ambientes recreados con utensilios empleados en las excavaciones arqueológicas, así como de publicaciones escogidas y algunas piezas arqueológicas bien seleccionadas, se explica el desarrollo de la investigación prehistórica en Valencia y la opción de aquellos primeros arqueólogos por la aplicación de métodos de vanguardia al estudio de cuevas (la Cova Negra de Xàtiva, la de la Cocida de Dos Aguas, la Cova de l´Or de Beniarrés, la del Parpalló en Gandia?) y poblados (la Ereta del Pedregal en Navarrés, Covalta en Albaida, la Bastida de les Alcusses en Moixent, Sant Miquel de Llíria?) cuyos nombres siguen siendo familiares entre los especialistas de todas partes porque suponen el punto de partida de muchos de los problemas sobre los que se continúa debatiendo hoy. En los cuidadosos diarios de excavaciones y en el tratamiento dado a los hallazgos se ve la diferencia entre el coleccionismo y la investigación científica, proyectada al público mediante su consiguiente exposición en salas que estuvieron ubicadas en el palacio de la Generalidad, primero, y en el de la Bailia, después. Éste fue el modelo anglosajón para sacar la historia antigua, de la mano de la prehistoria, de la erudición literaria: una arqueología rigurosa, la clasificación de los artefactos y la exhibición de los documentos como garantía de las conclusiones derivadas de su estudio.

Fueron muchas las generaciones valencianas que tuvieron ocasión de ver bajo esta afortunada perspectiva cómo fueron las poblaciones más antiguas de su entorno: cómo vivían las personas, qué comían, cómo dibujaban y en qué paisaje ecológico se habían desarrollado desde hacía más de veinte mil años. El más antiguo parietal humano, el elefante lanudo, la plaqueta con un animal grabado, la primera cerámica, el primer plomo inscrito en ibérico, el desfile pintado en un vaso ibérico? cobraban así proximidad en el marco de un discurso fidedigno cribado por el razonamiento. No sé si se tiene conciencia de lo que esto significa frente a la grandilocuencia nostálgica que impera en la mayoría de los montajes de los museos de arte y antigüedades, pero es indudable que una argumentación que valora el contexto de las piezas exhibidas y equilibra su dimensión social genera un superior conocimiento del pasado a la vez que da una versión más democrática del mismo.

El Museo de Prehistoria se propuso además desde sus comienzos dejar constancia de su labor publicando sus actividades, sus excavaciones y cuantos trabajos guardaban relación con sus objetivos en monografías y series periódicas -mantenidas hasta ahora- que, distribuidas en el medio especializado, contribuyeron a nutrir con intercambios su biblioteca, la mejor en su género aun hoy de las valencianas.

Sin embargo, lo más extraordinario de esta exposición reside en la manera de recuperar la memoria a través de un patrimonio arqueológico inevitablemente unido a sus intérpretes, ya que el período sobre el que versa, conflictivo políticamente como se refleja en el acertado audiovisual con el que concluye el recorrido, influyó negativamente en las instituciones culturales de la ciudad, pero no se tradujo en el descalabro del Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación por la sola razón de que las personas que lo componían se empeñaron en mantener sus objetivos durante la posguerra sin traicionar sus principios y supieron encontrar el apoyo de lo más respetable que culturalmente sobrevivió en el país. El Centro de Cultura Valenciana, la Sociedad Castellonense de Cultura, el Museo de Alcoi, algún profesor de la Universidad de Valencia, además de personas que, individualmente, desde ese potencial decisivo que reside en las ciudades valencianas con ambición cultural distintas a la capital, junto a algunos especialistas extranjeros, prestaron atención a los yacimientos arqueológicos valencianos, los visitaron y departieron, sin ostentación ni complejos, con quienes los estudiaban. Es probable que esa colaboración fuera más estrecha en la posguerra que a partir de la década de 1960.

El tratamiento dado a la exposición constituye un homenaje a todos ellos, encomiable por ser generoso en el reparto de la herencia. Guarda un elegante silencio respecto a la jerarquía de los beneficiarios del legado, actitud excepcional, ya que con demasiada frecuencia el recuerdo se traduce en apropiación del mérito ajeno, incluso a título individual.

No hay muchas instituciones con posibilidades de mostrar con tanta dignidad su historia relativamente reciente y tampoco parece haber demasiadas ganas de llevar a cabo ejercicios de autocrítica y mostrarlos al público con ponderación. La directora actual del museo y un equipo joven que contagia ilusión y sensibilidad al espectador han logrado dar una lección de gratitud a sus predecesores asegurando al mismo tiempo una proyección de futuro que resulta especialmente confortable cuando en la ciudad de Valencia se promocionan, exageradamente, imágenes y espacios sin pasado.

Arqueología en blanco y negro tiende así un puente entre generaciones. No sólo reconoce lo decisiva que ha sido, y es, la investigación para humanizar nuestros paisajes y explicar la tradición de distintos modos de vida, sino que también demuestra que se puede alcanzar prestigio internacional con el buen uso del saber heredado y de las infraestructuras si media la ilusión por un trabajo bien hecho. Toda una lección en los tiempos que corren.

Fuente: Levante-EMV

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