29 noviembre 2006

Tutankamon no fue asesinado, sino que murió de una herida en la pierna.








El domingo se cumplían 84 años de ese 26 de noviembre de 1922 en el que el arqueólogo Howard Carter descendió entusiasmado los 16 escalones que conducían a la tumba de Tutankamon.

A la vez, miles de radiólogos de todo el mundo aterrizaban en Chicago para la cumbre anual de este gremio en Norteamérica, que se inauguró ayer con un descubrimeinto histórico. Uno de ellos, Ashraf Selim, traía consigo los secretos del faraón que Carter no logró encontrar, el escáner de una herida en la pierna que le habría quitado la vida.

Durante casi medio siglo, la muerte del joven rey convertido en gran faraón ha conquistado la imaginación colectiva con intrigas de palacio y conspiraciones mortales de las que se habría vengado desde el más allá. La Ciencia había contribuido a ellas. Las radiografías realizadas a la momia en 1968 y 1978 descubrieron huesos rotos en el cráneo, lo que llevó a pensar que el faraón había muerto violentamente a los 18 años. Su consejero, Jeperjeperura Ay, hermano de Nefertiti, que ocupó el trono a su muerte y se casó con su viuda, se convirtió en el villano de esta novela negra ocurrida hace más de 3.000 años.

Si la Ciencia lo trabó, la Ciencia lo ha destrabado. Un nuevo adelanto tecnológico, la tomografía computarizada, ha revelado que esos fragmentos de hueso corresponden en realidad a la primera vértebra cervical, que probablemente se quebró durante el traslado de la momia. El doctor Ashraf Selim, el radiólogo egipcio que ha dirigido la investigación, no regatea adjetivos para describir el «nefasto» estado en que se encuentra la momia, algo de lo que culpa al arqueólogo británico. «Una momia debería estar intacta, para eso se momificó, para preservar los restos del cadáver», explica para ABC. «El cuerpo estaba cortado, la cabeza decapitada, las extremidades separadas, los huesos fracturados ...».

Algunos creen que parte del daño pudo deberse a un descuido de los embalsamadores o a algún accidente ocurrido durante la toma de las radiografías , pero para Selim, el verdadero villano es el arqueólogo que violó el cuerpo del faraón. «Creemos que la pieza rota de la primera vértebra de la columna vertebral del rey pudo haber sido fracturada y desmembrada cuando Carter, Derry, Hamdy y su equipo le arrancaron la máscara de oro, que estaba firmemente sujeta al cuerpo con pegamento», dictaminó el médico. «Al usar instrumentos metálicos, rompieron la fina y frágil pieza del cuerpo que descansa justo detrás de la base del cráneo, donde emerge la espina dorsal».

De entre todos esos huesos rotos, uno le llamó especialmente la atención: el fémur. Aquí la resina líquida que utilizaron los momificadores para embalsamar el cadáver forma un reborde sobre la parte de la fractura lo que indica que el hueso ya estaba roto antes de aplicar el procedimiento. «¿Cómo si no hubiera llegado hasta allí la resina?», reta Selim.

A partir de ahí la teoría de su muerte se vuelve menos intrigante. Lo más normal es que el faraón sufriera una herida en la pierna que se infectó y acabó costándole la vida. La otra opción es que la fractura provocase un coágulo de sangre que desembocó en una embolia. En cualquiera de los dos casos, la muerte del faraón se habría producido una semana después de aquélla herida fatal. «Obviamente no podemos estar seguros porque no tenemos pruebas», se apresura a añadir el médico radiólogo.

Moderna tecnología.

Selim disculpa a sus colegas de otras épocas que erraron en el diagnóstico, porque habría sido imposible detectar el reborde de resina con una radiografía común. La ventaja de la tomografía computarizada es que muestra imágenes de menos de un milímetro de espesor. Y las muestra en tres dimensiones, con alta resolución y alto contraste.

El médico egipcio dudó a la hora de aceptar el proyecto de cinco años porque no tenía experiencia previa en el escaneo de momias, «pero como nadie más la tenía, no me sirvió de excusa», bromea. El resto de su equipo dudó por motivos muy diferenctes: el miedo a la maldición de Tutankamon.

Ahora Selim se carcajea cuando habla de ello, pero el 5 de enero del año pasado, cuando se disponía a acometer la labor, no había risas en la sala. Una gran tormenta de arena azotaba la ciudad mientras los expertos del Museo de Arqueología de Egipto sacaban cuidadosamente a la momia de su sarcófogo. La operación resultó ser mucho más engorrosa de lo que nadie esperaba, según recuerda Selin, y se alargó entre tres y cuatro horas. Uno de sus ayudantes empezó a toser imparablemete, mientras sus compañeros le observaban en silencio. Todos tenían en mente las misteriosas enfermedades que sufrieron todos los miembros del equipo de Carter que trabajaron en la profanación arqueológica de la tumba.

Cuando estaban a punto de empezar el escaneo, el aire acondicionado se detuvo de golpe. Durante la siguiente media hora los técnicos trabajarían para repararlo, pero nunca supieron qué falló en el sistema. «Si no hubiéramos sido científicos, habríamos creído en la maldición de los faraones», admitió Selin al salir.

En realidad habían terminado la parte más fácil. El escáner apenas duró 15 minutos, pero el resultado sería un jeroglífico de huesos que nada tiene que envidiarle al que encontró Carter en la catacumba del faraón. Para ser exactos, 1.900 imágenes trasversales que retratan los aspectos más íntimos del cuerpo de 1.65 centímetros de altura que tenía el faraón en el momento de su muerte. A los médicos les costó un año y medio llegar a las conclusiones que expusieron ayer en el congreso anual de la Sociedad Radiológica de Norteamérica, que se celebra en Chicago esta semana. Aquí, Tutankamon, vuelve a ser el rey.

Fuente: ABC

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