22 noviembre 2006

Funerales en Híspalis

Funerales en Híspalis

Un sarcófago de piedra labrada como el de la imagen podría haber recogido los restos mortales del finado en su mausoleo tras los siete días de funerales

Marcus Valerius no había pasado un verano tranquilo. Los negocios de producción y distribución del aceite de sus olivares de Peñaflor, Ecija y Lora del Rio no iban mal pero los balances comerciales sufrían desajustes continuos por culpa de la morosidad del Estado. No llegaba de Roma el dinero acordado por suministrar aceite para abastecer a las legiones y a las necesidades imperiales. Y ese continuo desfase lo obligaba a endeudarse, más allá de lo que le aconsejaba la prudencia, con los prestamistas. A finales de septiembre del año 140 después de Cristo, Valerius Valens, apuró su suerte tras consultar a los dioses a través de las mollejas de unos palomos. No le fueron desfavorables. Y rozando los límites finales del calendario marítimo (de mayo a septiembre) fletó una de aquellas naves onerarias que, con desesperante lentitud, llevaban el aceite bético a golpe de vela y paciencia hasta Roma en unas tres semanas aproximadamente. Una carga extra de aceite para salvar la economía. Estaba en manos de la suerte.
Marcus Valerius Valens era un aristócrata municipal, caballero de antiguo linaje, un señorito de la época con olivares tan extensos que, juntos, parecían mares de plata. Conocemos parte de su historia económica y personal por la epigrafía anfórica que estudia la arqueología y por dos lápidas que loan su generosidad con la patronal aceitera, de la que él era una figura destacada. Una de las lápidas apareció en el Alcázar. La otra en una obra de la calle Francos. Ambas se la dedican dos de sus hijas: Valeria Quarta y Valeria Valentina. Y en ellas se lee cómo Valerius Valens había gastado parte de su dinero en restaurar y adornar el «sacellum» (capilla de culto) ubicado dentro del edificio social del gremio de los aceiteros sevillanos, que se levantaría, probablemente, en la actual calle Francos. Mantiene Enrique García Vargas, profesor de arqueología de la Hispalense, que «debió ser un edificio importante, a la altura de un gremio tan poderoso como el de los aceiteros. Una especie de colegio profesional que estaría entre los más importantes o el más importante de Híspalis, por la cantidad de aceite que colocaba en Roma».
Cierto día de noviembre de dificultosa memoria corrió por el foro hispalense una noticia que, entre otros muchos, afectaba directamente a nuestro señorito aceitero. Los hispalenses, agitados y nerviosos, hicieron correr la noticia de que la flota que partió a finales de septiembre rumbo a Roma fue castigada por Neptuno en el estrecho de Bonifacio, entre las islas de Córcega y Cerdeña. Allí una tormenta brutal hundió los mercantes con la misma facilidad con la que los niños sumergen sus barquitos de corcho en las fuentes y ninfeos de la ciudad. Marcus Valerius también está en el foro. Y el rostro refleja inmediatamente la magnitud de la tragedia. Su corazón también. Aquel naufragio lo pone al borde de la quiebra. Y el poderoso aristócrata municipal sevillano comienza a sentir una agudísima opresión en el pecho hasta el punto de que le falta aire y la respiración le cuesta. Se agarra al brazo de un amigo que lo acompaña y sus piernas comienzan a ceder hasta caer fulminado al suelo. Uno de los hombres más poderosos de Hispalis ha muerto.
Una hermosa casa
Media Sevilla imperial hace cola para acceder a la casa atrio que Valerius Valens tiene cerca del cardo máximo, en la vigente calle de Guzmán El Bueno, no muy alejada de la actual residencia de los Moreno de la Cova. Es una hermosa casa con patio central de bellas columnas y con una fuente zoomorfa rumorosa y apacible. En mitad de ese patio de columnas se ha colocado el lecho fúnebre del rico aceitero. Lo han lavado, afeitado, perfumado y le han colocado una carísima toga blanca. A su alrededor se ha dispuesto un cuerpo de esclavos que estarán aireando el cadáver para evitar olores desagradables. Su hija mayor, Valeria Valentina, ha procedido a gritar su nombre para confirmar su defunción. Con voz firme que no puede evitar entrecortarse por el dolor, Valeria grita el nombre de su padre rompiendo el silencio de la estancia. ¡¡ Marcus Valerio Valens!!, exlama. El aceitero no contesta. Acto seguido comienza el velatorio.
Marcus Valerius va a estar ahí, en el patio central de su hermosa casa, siete días. Siete largos días que, de alguna forma, indican el grado de poder del finado, al que hay que despedir en su largo viaje al inframundo. Por Guzmán el Bueno pasan gente de diferentes condición social. Desde sus amigos de la patronal aceitera hasta militares y pequeños comerciantes que suministraban a la casa. También se cuela alguna que otra amistad poco aconsejable, quizás trabada por el difunto en algún lupanar situado entre el castillo del agua de la actual plaza de la Pescadería y la Encarnación. Hay ostentosa demostración de dolor y un grupo de plañideras suma su pena profesional al sincero de la familia Valerius Valens. Justo a la semana de su muerte se procede a enterrarlo en la necrópiolis sur, ese amplio cementerio que abarcaría hoy desde los viejos jardines de San Telmo (actual Parque de Maria Luisa) hasta el barrio del Porvenir y que, sucesivamente, fue campo santo de la Sevilla romana, islámica, tardomedieval y cristiana hasta el siglo XVIII. En algún lugar entre la Plaza de América y la iglesia de San Sebastián, la familia le ha levantado su última casa al poderoso Marcus Valerius. Y hasta allí lo van a llevar sin menoscabo de fuste, dinero y esplendor. Dos mil años después solo veremos entierros de tanta dimensión reverenciando el prestigio heroico de algunos toreros.
El cortejo se echa a la calle y marcha directamente hasta el Foro. Allí alguien de su familia, probablemente ValeriaValentina si no hay varones entre su descendencia directa, procederá a leer un discursos cargado de dolor y exaltación por el finado. Después el cortejo se encaminará hacia la necrópolis sur encabezándolo hombres con togas negras y las mujeres con el pelo suelto en señal de duelo, llorando y clamando por la fugacidad de la vida. Se portan retratos del finado y dibujos de momentos muy concretos de la biografía del difunto. Entre ellos destaca por su encanto el día en que Marcus Valens dejó la toga infantil para vestir la de adulto. El cortejo, tras la única parada en el foro, continuará su camino hasta el mausoleo donde el muerto será incinerado en una pira (ustrinum) o enterrado en sarcófago de mármol o piedra. La muerte de Marcus Valerius fue muy sentida en la ciudad que, nueve días después del entierro, volvió a ver la morada del aceitero abarrotada de gente. La familia ofreció un banquete en honor de la memoria del padre para reafirmar así los lazos de unión familiares. Hartos de comer para hacer real aquello de el muerto al hoyo y el vivo al bollo una de sus hijas, quizás la preferida, Valeria Valentina, se apartó de la mesa para que su melancolía la transportara hasta el mausoleo donde dejaron a su padre. Suspiró al mirar el lugar donde lo velaron por siete días. Y para tranquilidad de su espíritu, rememoró la categoría social del entierro paterno y el gusto al detalle de aquella última morada levantada en los jardines de San Telmo, lugar donde no solo está enterrado (que la tierra te sea leve) Marcus Valerius Valens, sino también algunos sueños imposibles de Andalucía...en este mes de los muertos.

Fuente: ABC

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