Una exposición en el Museo Nacional de Arqueología muestra las técnicas utilizadas en épocas pasadas.
Álex Ayala
Fotos: Pedro Laguna
Manos y pies modelando la arcilla. Lo que hoy es nada más una escena común y corriente entre algunos artesanos antaño, sin embargo, resultaba una actividad fundamental para el día a día de las comunidades.
El barro era vida. Con él se modelaban vasijas, ollas y hasta objetos funerarios. También, platos y cucharas y, con el tiempo, hasta la aparición de los metales, se fue convirtiendo en uno de los elementos claves para la supervivencia.
En este contexto, como no podía ser de otra manera, la cerámica prehispánica logró alcanzar un desarrollo considerable. Y hoy una muestra que permanecerá en el Museo Nacional de Arqueología por varios meses recoge la sabiduría de nuestros antepasados a la hora de modelar la arcilla: técnicas, procesos, motivos, materiales y, en definitiva, su importancia.
El proceso del modelado
“Las piezas más antiguas tienen, por lo menos, 4.000 años. Son unas figuras pequeñas y toscas, de Huancarani, con representaciones humanas y de camélidos. Luego, debido a una mayor evolución, se puede decir que el auge de la producción en barro se produjo en la época IV de Tiwanaku, entre el 374 y el 724 d.C, cuando se elaboraban trabajos llenos de detalle como sahumadores y vaso retratos”, explica Julio César Velásquez, el director del repositorio.
En la exposición, se exhiben, entre otras cosas, herramientas milenarias, así como los pigmentos con los que tiznaban las paredes de los vasos y las vasijas. “Son netamente prehispánicos. Son tierras marrones, ocres y rojizas, procedentes todas de las excavaciones arqueológicas. Para obtener el color, se pulverizaban primero y se mezclaban con agua”.
Y es que la elaboración de las cerámicas era todo un proceso. “Como partida, era necesario obtener una arcilla adecuada. Después, se le agregaba un material molido para disminuir la excesiva plasticidad. A éste se le denominaba desgrasante, pues aglutinaba el objeto y evitaba que se rompiera con facilidad, y podía ser roca cuarzosa triturada, arena o mica. Finalmente, una vez que se obtenía la mezcla, se moldeaba la pieza”.
Para ello, existían diferentes métodos. “La mayor parte de las veces se utilizaba un falso torno, que se hacía girar con una sola mano rápidamente, pero no siempre. A veces, se empleaba una técnica de compresión, comenzando por una bola de arcilla —estirada por medio de golpes de puño— y formando después las paredes de la vasija para, a continuación, alisarlas con los dedos, dejando marcas. Algunos, mientras, se ayudaban de largas tiras de arcilla, como chorizos, enrolladas en forma de espiral. Y otros, con un rodillo, formaban placas de barro cuadradas o rectangulares para recrear objetos de formas cúbicas´, resume Julio César Velásquez.
Decoración y cocción
Con todo, no menos importante resultaba la decoración. Y una de las partes fundamentales de este proceso era el engove, la aplicación de una primera capa de pigmento rojo, elaborada con la misma arcilla, sobre la que después se trazaban las líneas maestras y los motivos.
Tras el pintado, el siguiente paso era la cocción. Y precisamente en el Museo Nacional de Arqueología se ha recreado uno de los modelos de horno que pudo haberse utilizado en épocas pasadas.
´Las piezas se ubicaban en la parte superior. En la inferior, el fogón. Las paredes eran ladrillos de arcilla cocida y la plataforma de arcilla compacta. Unos huecos permitían que el fuego se transmitiera de abajo hacia arriba y el barro tardaba en cocerse entre seis y siete horas a una temperatura que alcanzaba los 1.000 grados´, señala Wálter Rivera Arízaga, ingeniero experto y empleado del museo.
En ocasiones, se construían también a cielo abierto— aprovechando quebradas— y subterráneos. ´Y en todos el combustible era la bosta, excrementos animales´.
Beni, emporio de la arcilla
Hoy, el resultado de semejantes experiencias salta a la vista en el museo, en forma de vasijas para almacenamiento y fermentación de chicha, vasos, platos, objetos ceremoniales —con motivos zoomorfos y geométricos— y piezas funerarias hábilmente decoradas.
La mayor parte de los trabajos recuperados proceden de yacimientos Tiwanakotas. Es más, Tiwanaku es uno de los pocos lugares donde todavía se siguen produciendo artesanías en barro.
Pero no es el único enclave importante de la geografía de Bolivia en cuanto a restos de cerámica se refiere. Y, para Julio César Velásquez, las culturas amazónicas fueron las artífices de un verdadero ´emporio de la arcilla´, sobre todo por la riqueza de este material en regiones como el Beni, ´donde hay más de 20.000 sitios arqueológicos entre los montículos artificiales que allá se levantaron. En estas zonas, por otro lado, las simbologías eran netamente tropicales: con monitos, tortugas, felinos, etc.´.
Pese a semejante riqueza, sin embargo, con la llegada del fierro enlosado en el siglo XIX el barro comenzó a quedar relegado a un segundo plano. ¿Estaremos quizá asistiendo ya al ocaso de la arcilla?
Fuente: La Razón
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