JUAN VICENTE BOO CORRESPONSAL
ROMA. La majestuosa colina romana que ha regalado su nombre a los palacios del mundo entero se está cayendo a pedazos. El Palatino, corazón del poder romano en la época del Imperio, pierde trozos cada invierno en cuanto llegan las lluvias. Para salvar los palacios de Augusto, de Tiberio, de Domiciano y de Septimio Severo harían falta 130 millones de euros, que una Italia en bancarrota presupuestaria es incapaz de reunir.
Pero el ministro de Cultura, Francesco Rutelli, ha conseguido al menos siete millones de euros para empezar a apuntalar con cables de acero, cerchas, tirantes y andamios los 13 edificios en peligro, que son el 40 por ciento de toda la colina. «El Palatino es nuestra colina más sagrada, y ha sufrido un abandono sorprendente», comentó el ministro Rutelli al anunciar el plan, olvidando que cada uno de sus predecesores ha puesto en su día el grito en el cielo por el mismo motivo.
En realidad, el Palatino no sólo sufre el abandono del Gobierno, sino también de los turistas, que pasan a millones por el Coliseo y los Foros, pero no suben a lo alto de la colina, que fue primero de Rómulo y Remo, después de las grandes familias senatoriales y, a partir de Octavio Augusto, de los emperadores.
Según el superintendente arqueológico de Roma, Angelo Bottini, «el Palatino es la Acrópolis de Roma, y el templo de Apolo sobre el palacio de Augusto es nuestro Partenón. Pero tenemos que conseguir que los monumentos se puedan visitar». Buena parte de los edificios están cerrados porque suponen un peligro físico. Las infiltraciones de agua provocan desprendimientos de los techos o roturas de las pasarelas. Muchos muros están deformados y a punto de ceder, sobre todo los periféricos, donde cada dos o tres años hay un penoso «desprendimiento de tierras», que convierte en una avalancha de ladrillos caídos lo que antes era una esquina airosa del templo de la Magna Mater, del Pedagogium o del Septizomium.
Los mejores expertos
El ministro de Cultura ha reunido, para el plan de emergencia, los mejores expertos italianos e incluso algunos asesores españoles, como Ricardo Mar y Ricardo Olmos Rivera, de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. El grueso del trabajo corrió a cargo de Giorgio Croci, especialista en estructuras, quien expuso con toda claridad el problema principal: «Toda la colina estaba rodeada de palacios, que se han ido cayendo a lo largo de los siglos. Por ese motivo, lo que antes eran muros internos son ahora muros de contención, muy sensibles a los microterremotos, las infiltraciones de agua y al deterioro».
El resultado, según Croci, es que «se ha formado una especie de queso Gruy_re que muestra grietas, desprendimientos, derrumbes y fracturas casi por todas partes». En realidad, todo el conjunto se apoya sobre otro queso Gruy_re -esta vez subterráneo-, constituido por la infinita red de galerías de servicio, galerías secretas y canalizaciones de agua construidas durante tres siglos por los sucesivos emperadores hasta que Constantino trasladó la capital a Constantinopla en el año 324 de nuestra era. Los geólogos advierten que los túneles de evacuación de agua de lluvia y de drenaje están cegados, de modo que el encharcamiento y la humedad continua vuelven más frágiles las estructuras subterráneas en una colina de roca muy porosa y ligera.
El presupuesto para consolidar este yacimiento arqueológico único en el mundo es de 130 millones de euros, de los cuales, según Croci, «bastarían tan sólo 15 millones para asegurar que no haya nuevos derrumbes». El problema es que Italia sufre la mayor deuda pública de la Unión Europea y el Ministerio de Cultura tiene a su cargo un patrimonio arqueológico extenso como un océano.
El único modo de salvar el Palatino es una campaña mundial, como se hizo en Egipto para rescatar los templos del Nilo ante la construcción de la presa de Asuán, y en Italia para reconstruir el teatro de La Fenice después del incendio. Es cierto que resulta humillante pedir dinero para mantener algo en la propia capital, pero el Palatino es patrimonio del mundo entero, y no se puede permitir que siga derrumbándose.
Fuente: ABC
Fuente: ABC
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