28 enero 2007

Asdrúbal, el bello general y gran estratega que fundó Cartago Nova

Junto a su suegro, el general cartaginés Amílcar Barca, participó en las campañas de ocupación del sur y el este de la península Ibérica. Tras la muerte de Amílcar, le sucedió y se convirtió en caudillo de los ejércitos establecidos en Iberia. Hizo de Cartago Nova una floreciente y rica ciudad.

Juan Antonio Cebrián.

Fue yerno del poderoso general cartaginés Amílcar Barca y cuñado del no menos célebre Aníbal. Acompañó a ambos en la expedición militar que –durante el último tercio del siglo III a. C.– pretendía colonizar el sur y el este de la península Ibérica, en un contexto previo al estallido de la Segunda Guerra Púnica entre romanos y cartagineses, que asolaría buena parte del Mediterráneo occidental.

Este bravo general vino al mundo en Cartago (actual Túnez) hacia el año 270 a. C. Pertenecía a una de las familias notables asentadas en la metrópoli norteafricana e hizo armas combatiendo a los siempre beligerante guerreros númidas. Más tarde se casó con una de las hijas del influyente militar Amílcar Barca. Según parece, prestó, junto con los hijos varones de su suegro, el famoso juramento de odio eterno a Roma tras el desastre cartaginés en la Primera Guerra Púnica.

En 237 a. C., Cartago invadió la península Ibérica con la intención de mejorar su posición estratégica ante sus enemigos latinos. Durante nueve años, Amílcar –proclamado jefe de aquella expedición colonizadora– sostuvo enconados combates con las tribus autóctonas hasta que, en 228 a. C, murió en una emboscada íbera.

El elegido para sucederle fue Asdrúbal, quien por entonces ya hacía gala de una acreditada carrera bélica y que de inmediato se decantó por la alianza con las tribus ibéricas, en detrimento del extenuante conflicto. Para consolidar dicha intención, contrajo de nuevo nupcias, esta vez con una princesa local, lo que le granjeó la amistad de muchos pueblos nativos y la consiguiente devotio (fidelidad) de sus nuevos aliados.

El flamante líder, llamado el Bello por sus agraciados rasgos morfológicos, fue nombrado strategós autokrátor; es decir, caudillo de los ejércitos establecidos en Iberia. En 227 a. C. puso sus ojos en la antigua ciudad de Mastia para levantar una urbe que le sirviera como centro de mando y operaciones. Así, se fundó Qart Hadashat, la que los romanos llamaron Cartago Nova [actual Cartagena], enclavada en uno de los lugares más ricos y estratégicos del Mediterráneo.

La plaza estaba rodeada por excelentes yacimientos minerales, entre los que destacaban los argentíferos. Además, era una zona privilegiada para los cultivos, y su bahía marítima no tenía parangón en aquellas geografías. Desde su nueva capital, Asdrúbal administró inteligentemente los recursos disponibles, mejoró el comercio de los tradicionales salazones ibéricos, obtuvo una ingente cantidad de metal y gestionó con eficacia la industria del esparto. La riqueza comenzó a cubrir las arcas cartaginesas y se acuñaron monedas de plata con la efigie del propio Asdrúbal.

El creciente poder púnico asustó de nuevo a las factorías griegas establecidas en el noreste de la península Ibérica. Este temor provocó que volvieran a solicitar la mediación romana. Pero los latinos no estaban para muchos dispendios, dado que los celtas cisalpinos amenazaban con una ofensiva en toda regla desde el norte de la bota italiana. No obstante, Roma envió embajadores para que se entrevistasen con Asdrúbal. Éste, consciente de la situación y de las ventajas que podría obtener, negoció con astucia una ampliación de influencia por el Levante peninsular.

Los romanos, con más prisa que pausa, firmaron el Tratado del Ebro en 226 a. C. Por este acuerdo, el caudaloso río se fijaba como frontera entre púnicos y griegos con algunas cláusulas. Por ejemplo, la de Sagunto, ciudad levantina aliada de Roma, que debía ser respetada a ultranza. Sin duda, fue un gran acuerdo para los cartagineses, siendo su primera victoria política tras la hecatombe de la Primera Guerra Púnica.

Cartago Nova aparecía en el concierto internacional como floreciente ciudad del Mediterráneo, dejándola en el centro de las actuaciones púnicas en Iberia. En la metrópoli, el auge del yerno de Amílcar se veía con recelo, algunos llegaron a denunciar que Asdrúbal se estaba desentendiendo de Cartago mientras pensaba en la creación de un reino independiente. Pero él se mantuvo fiel a su ciudad natal, fortaleciendo las relaciones con África y nutriendo a la debilitada potencia con los beneficios de su envidiable situación económica.

Por desgracia, nunca sabremos qué hubiese pasado de seguir unos años más al frente de la situación, ya que en 221 a. C. murió asesinado a manos de un esclavo galo en un episodio poco aclarado. La pérdida del cartaginés sembró de incertidumbre el campo púnico. Sin embargo, los soldados supieron elegir un nuevo caudillo. A pesar de su juventud, sólo tenía 25 años, Aníbal Barca –hijo mayor de Amílcar– aceptó el honor de liderar aquella tropa tan identificada con su familia para conducirla a las mismísimas puertas de Roma, en un acto que cambiaría la historia de Europa.

Fuente: El Mundo

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