18 septiembre 2006
«Canta, oh Coliseo, la cólera de Aquiles...»
El eco del rencor de Aquiles, que trajo tantas desgracias a los aqueos, resuena estos días en las entrañas de piedra del Coliseo, donde la exposición «Ilíada» relata en piezas arqueológicas los dieciséis mil versos del poema más famoso de la antigüedad. Declamarlo requeriría 22 horas, pero conocer a los protagonistas y contemplar los momentos más dramáticos de la Guerra de Troya es mucho más fácil, pues se asoman en esculturas helenísticas y cráteras griegas de extraordinaria belleza.
El deambulatorio de las arcadas superiores del Coliseo recuerda los muros de Troya, e incluso evoca el estruendo de las espadas, incrustado en sus piedras durante los tres siglos en que el Anfiteatro Flavio fue escenario de combates de gladiadores. Muchas piezas se engastan en paneles curvos de metal oscuro, que recuerdan los escudos de helenos y troyanos.
Pero lo más llamativo es la profunda sensación de tragedia que emana de los rostros silenciosos de los héroes y de las escenas más espectaculares. El bajorrelieve de un sarcógafo romano muestra el rostro de Andrómaca asomada a las almenas de Troya mientras contempla el destrozo del cadáver de su hijo Héctor, que Aquiles arrastra con los caballos en torno al monumento de Patroclo.
El traslado del cuerpo de Patroclo por sus compañeros de armas preside una urna cineraria del siglo II antes de Cristo. Viene de Volterra, en la antigua Etruria. El artista supo crear una escena de dolor que, milenio y medio mas tarde, reaparecerá en las «depositio» de Cristo después de la muerte en la Cruz.
En una hermosa ánfora decorada con la despedida de Héctor antes del combate, su madre Écuba permanece serena, pero su padre, Príamo, se lleva la mano a la mejilla para enjugar una lágrima en una escena cargada de aprensión. En otra crátera cercana, el héroe troyano se despide de su mujer y su hijo, pero el chiquillo, ajeno a la inminente tragedia, se distrae jugando con los vistosos penachos del casco.
En el poema de Homero terminan muriendo casi todos. Quizá por eso, la fascinante estatua de la ninfa Tetis presenta a la madre de Aquiles en un gesto pensativo, se diría que preocupada. Pero la pieza con más fuerza expresiva es una cabeza de Ulises, del siglo II antes de Cristo, procedente de la Villa de Tiberio en Sperlonga. Al menos Ulises logro volver a Ítaca. En un viaje de regreso que merece otra exposición.
fuente: ABC digital
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