06 julio 2006

Nueva vida para los Rollos del Mar Muerto.

En mitad de la tormenta que vive hoy Oriente Próximo, Jerusalén vuelve a mirarse en el pasado, esta vez buscando pistas para salir del conflicto. En pleno capitolio jerosolomitano, el Museo de Israel afronta unos años de obras de ampliación. Pero justo antes de empezar, uno de sus núcleos fundamentales, el Santuario del Libro, inauguró ayer una reforma de sus accesos y un nuevo centro de investigación que quiere iluminar, con la Biblia -Libro de las tres religiones monoteístas- como testigo, un camino de entendimiento en la región.

La tenue luz de ese camino apenas nos llega entre tantos disparos, pero fulgura allí donde se custodian los famosos Rollos del Mar Muerto, que fueron hallados fortuitamente por un beduino en 1947 en el interior de una cueva. «Es uno de los más grandes hallazgos arqueológicos del siglo XX», comenta a ABC Adolfo Roitman, el conservador jefe del Santuario del Libro y máximo resposable de su conservación.

Roitman califica los cambios que aborda el Santuario del Libro como «una revolución conceptual. En estos días de tanto desencuentro entre oriente y occidente, incluso específicamente los días difíciles que estamos viviendo aquí en Israel, el mensaje es la posibilidad de ver un poco más allá de los nubarrones que nos envuelven y discriminar cuánto tenemos de común. El texto bíblico es fundacional para las tres religiones monoteístas y también es un texto en el que, aún hoy, hombres de buena voluntad de todo el mundo, no importa la raza, ni el sexo, pueden encontrar inspiración e incluso consuelo».

Los buenos deseos se traducen ya en un centro de informática y de estudios, financiado por la Fundación Dorot. La reforma incluye un nuevo acceso -junto al que se ha trasladado una espectacular maqueta de Jerusalén en el año 66 (la del Segundo Templo, el de Herodes) de casi mil metros cuadrados- y un auditorio. Además, el Santuario ha producido su primer filme, para tratar de explicar el mundo espiritual de los sectarios en el judaísmo del tiempo de Jesús.

Manuscritos fundamentales.

Se llama Santuario del Libro porque se centra en la Biblia, a través de los Rollos y, en una cripta, conserva ediciones preciosas, como la Biblia de Aleppo, que tiene mil años y conserva el texto masorético, a partir del cual se interpreta la traducción del original, un códice que Maimónides llegó a utilizar en El Cairo para su versión.
La importancia de los Rollos radica, según explica Roitman, en que en ellos aparece «un estadio formativo del judaísmo del que nacerá la tradición rabínica histórica y también el cristianismo».
Resulta excepcional la enorme riqueza de géneros literarios que hay en los Rollos y, en ocasiones, la aparición de libros que nos eran antes absolutamente desconocidos. Fueron producidos por un grupo, no muy numeroso, una «comunidad», tal y como se define en los textos, que pudo albergar entre 40 y 150 miembros, pero que tendría gran influencia en su época por estar formada por rigurosos intelectuales, que nos han permitido realmente ver bajo nueva luz toda la época.

Roitman afirma con entusiasmo que «a estas alturas se han publicado todos los textos de los Rollos, ahora tratamos de entender aquel mundo y cómo encaja en la realidad que ya sabíamos». Pero, inmediatamente añade: «Como siempre, surgen más preguntas que las que el descubrimiento responde. Por eso, los trabajos de síntesis serán el gran desafío de la nueva generación de investigadores, para los que será muy útil el nuevo centro que inauguramos en el Santuario».

Fiables como los restos de dinosaurio.

Para entendernos, el conservador jefe del Santuario nos explica que, por un lado, tenemos la tradición bíblica y, por otro, los materiales legados por la tradición rabínica, que suelen ser posteriores en varios siglos, ya que las copias que nos han llegado parten del siglo II de nuestra era. Ni siquiera las fuentes clásicas eran más fiables: «los escritos de Flavio Josefo nos llegaron no en su original sino a través de versiones realizadas por copistas cristianos muy posteriores. Lo mismo pasa con Filón de Alejandría, así como con lo que llamamos literatura apócrifa y pseudo epigráfica, formada por textos que en su mayoría no nos llegaron en su lengua original y son cientos de años posteriores a su redacción, lo cual no permite asegurar qué añadidos u omisiones han sufrido a lo largo de un periodo tan largo, ya que conceptos nuevos o ideologías pudieron infiltrarse en las copias con el pasar del tiempo», sintetiza Roitman.

Lo hallado en Qumrán es especial porque los documentos son de la época misma. «Es como si fueran restos de dinosaurios -añade el responsable del museo-, y forman un testimonio del mundo antiguo que no ha sufrido modificación alguna por hombres de épocas posteriores, lo que nos permite ubicarnos, como a través de un túnel del tiempo, en la complejidad del judaísmo de la época helenístico-romana, lo que los judíos llamamos la época del Segundo Templo.

Fuente: ABC.

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