11 julio 2006

Arqueólogos juegan a armar un rompecabezas de 30 mil piezas en Tlatelolco

Escrito por Luis Arellano Mora/ I de cinco

10-07-2006

Es un canto maravilloso a la vida. Permaneció oculto hasta 2003, cuando la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) ordenó realizar una canaleta alrededor de su biblioteca para desalojar el agua de lluvia, pues el exceso de humedad ponía en riesgo el acervo histórico ahí resguardado. Se trata de la primera manifestación plástica del nacimiento del México mestizo: un mural de manufactura indígena con material europeo.

El hallazgo de la Caja de Agua, especie de cisterna adornada en su interior con alegorías prehispánicas y españolas, lo realizó de manera fortuita una cuadrilla de trabajadores mientras excavaba el desagüe para evitar inundaciones.

Inmediatamente especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) constataron que el depósito que contiene el mural se extendía hacia una habitación del antiguo Convento de Santiago Tlatelolco. Se deduce que la estructura fue construida para dotar de agua a los alumnos que habitaban el Colegio de la Santa Cruz fundado por los monjes franciscanos en 1536 para los hijos de los nobles indígenas, a quienes se atribuye la autoría de esta antigua pintura que muestra la mezcla de las dos culturas.

La pintura novohispana fue fragmentada por los mismos indígenas en los albores del siglo XVII en aproximadamente 30 mil piezas, las que integraban 12 metros de muro, sometidas actualmente a clasificación y limpieza, así como a una “anastilosis”, que consiste en rearmar cada trozo en el contexto original “como jugando a armar un enorme rompecabezas”, el cual finalmente será exhibido en un espacio museográfico.

La historia de cómo y porqué se creó el mural y luego se enterró permite percibir el choque cultural que se produjo en los primeros años después de que Hernán Cortés sometió a los aztecas el 13 de agosto de 1521, precisamente en Tlatelolco, último reducto de la resistencia armada indígena ante la acometida del ejército español.

De los primeros segmentos reconfigurados del mural surge el trazo de una cruz que simboliza la influencia del nuevo orden católico, dibujado por los pintores mexicas o tlacuilos. Los visitantes podrán admirar ahora dicha obra, en cuyo centro se observa la sencilla cruz en blanco y negro, flotando sobre un trasfondo mucho más colorido y animado con escenas de la vida lacustre de la Nueva España.

En la traza rectangular de seis metros de largo se muestran imágenes de animales reales y míticos que retozan junto a los lagos que rodeaban la Ciudad de México en el siglo XVI, pintadas aprovechando el breve periodo de tolerancia en la época en que los conquistadores destruían la cultura autóctona para cimentar su régimen y los frailes conservaban en escuelas a los tlacuilos.

UNA JOYA PLÁSTICA

Los expertos consideran el mural una joya pictórica, realizada con una técnica muy similar a la empleada por los artistas del Códice Florentino, justamente en el mismo sitio donde el fraile franciscano Bernardino de Sahagún recababa datos de los usos y costumbres de la cultura originaria de los aztecas para incorporarlos a su “Historia general de cosas de la Nueva España”, en el siglo XVI.

“Es la primera pintura mural de Tlatelolco, inclusive de la Ciudad de México, hecha por indígenas, con sus técnicas, materiales y colores; muestra del sincretismo mesoamericano y europeo”, dio a conocer en rueda de prensa el 29 de diciembre de 2003 el jefe de la Zona Arqueológica de Tlatelolco, Salvador Guilliem Arroyo.

Esta es la primera evidencia plástica del encuentro de las dos culturas y puede apreciarse, por la parte indígena, con alegorías de deidades prehispánicas, entre ellas un animal mítico con garras que semejan manos humanas considerado el representante de Tláloc, dios de la lluvia; así como la representación simbólica de las ciudades hermanas de Tenochtitlan y Tlatelolco mediante la figura de un jaguar con una planta estilizada en su espalda, sobre la cual descansa un águila.

También la pintura mural presenta figuras minuciosas y elegantes de plantas lacustres, algunas de las cuales eran utilizadas en la medicina tradicional mexica.

Por el lado español, en tanto, se encuentran escudos heráldicos, la cruz cristiana, querubines y personajes con rasgos europeos; estos últimos sin color, lo que denotaría la reticencia de los indígenas hacia sus conquistadores.

“Es de los primeros murales novohispanos que se conocen y debe haber sido pintado por los educandos del Colegio de la Santa Cruz”, corroboró el investigador emérito del INAH Eduardo Matos Moctezuma en las impresiones iniciales del hallazgo, el cual a su parecer “aporta una información muy rica, en el sentido de que se trata de las primeras manifestaciones pictóricas hechas por mano indígena” inmediatamente después de la Conquista y en los inicios de las labores de evangelización de los indígenas por parte de las misiones religiosas.

Rescatar uno de las pocas manifestaciones en la Ciudad de México de los albores de la Colonia es un hecho importante, abundó en su momento Felipe Solís, director del Museo Nacional de Antropología e Historia: “Es notable el mural porque da muestra de la belleza y la calidad pictórica que tenían los edificios y la ornamentación de las casas en el siglo XVI, época de la que conservamos pocos testimonios”.

Al tiempo, advierte, que el descubrimiento da pie a un estudio estilístico del Códice Florentino, dada su asombrosa semejanza con la técnica empleada por el padre Bernardino de Sahagún, quien “se ve tuvo a los tlacuilos a su servicio para la escritura, pues se perciben varias manos y extraordinarios artistas en el Códice”.

Y complementa Salvador Guilliem: “Al igual que el Códice Badiano, también se asemeja a los detalles del Mapa de Upsala, entre otros espléndidos documentos, y cuyo aporte a nuestro acervo es indudable, ya que abre un escaparate donde se manifiesta la fusión cultural entre Mesoamérica y la Europa del siglo XVI, cuyo sincretismo se amparó en la composición plástica bellamente realizada por los indígenas colegiados de Tlatelolco”.

De acuerdo con el encargado del rescate y salvamento de la obra plástica, en ésta se exhibe el afán humanista de los franciscanos puesto en práctica mediante el sincretismo, entendido éste como “la reconciliación y reunión de creencias opuestas, en pugna”.

Con fundamento en el conjunto de las evidencias arqueológicas, comparadas con códices de la época y las técnicas con las que fue creada, se plantea la posibilidad de estar ante “el vestigio de un capítulo crucial en la Historia de México, que es el inicio del mestizaje de las culturas española y azteca. Estamos viendo el nacimiento de un nuevo continente” a manera de una alegoría a la vida.

Más aún, de acuerdo con Gulliem, “otro de los resultados sorprendentes del salvamento del mural novohispano es la revalorización de Tlatelolco como la ciudad gemela de Tenochtitlan, en el marco del pensamiento indígena de las dualidades”, pues sucede “que durante mucho tiempo la visión centralista que dominaba el país asignó a los mexicas (tenochcas) y a su ciudad el papel protagónico en el Valle de México”.


Fuente: La Crisis

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