05 febrero 2007

El director del Museo de León y su equipo han logrado abrir uno de los principales museos de España.

Luis Grau Lobo es el artífice del plan museológico del Museo de León. Director del centro desde hace 17 años, ha conseguido sacar a la luz tesoros arqueológicos únicos en el mundo que, debido principalmente a la constancia burocrática, parecían condenados a acumular el polvo del olvido.

En este entrevista, recuerda los obstáculos a los que tuvo que enfrentarse hasta llegar a este momento, reparte por igual estopa (de manera gentil, claro) y alabanzas (no demasiadas), deja vislumbrar algunos de los proyectos de futuro y da su opinión acerca de las últimas noticias surgidas en torno al patrimonio.

-¿Alguna vez creyó que llegaría a ver el proyecto realizado? -

(Risas) Llegué a este puesto en octubre de 1990 y lo que me encontré no fue precisamente un lecho de rosas. Lo único que teníamos era unas dependencias consistentes en un despacho alojado en un semisótano con vistas a una pared de cemento y una sala en el Archivo Histórico.

-¡Menudo recibimiento! -

Sí. Además, en San Marcos sólo había un almacén con unas condiciones de humedad nefastas. En ese momento, alquilamos un local en la calle Azorín, entre León y San Andrés del Rabanedo. Allí instalamos las oficinas, un taller de restauración y el almacén para las piezas, donde estuvimos durante cinco años.

-¿Y la exposición? -

Fue por entonces cuando se abrió la muestra de las piezas en San Marcos, que permaneció hasta hace dos años. -Y poco después les surgió la oportunidad de trasladarse a Sierra Pambley. -La Junta nos cedió entre 1996 y el 2006 ese edificio y allí montamos los talleres de restauración, la biblioteca, las oficinas y las salas de exposición temporales. Y la verdad es que creo que aprovechamos muy bien las infraestructuras que nos brindaron, porque logramos sacar adelante doce exposiciones de producción propia únicamente con fondos del museo. Todo lo que hicimos estuvo encaminado a demostrar que la colección se merecía una sede

-¿Cómo surge entonces la idea de aprovechar Pallarés? -

Trabajamos con muchas hipótesis de ubicación. Se planteó la posibilidad de instalar el museo en el Palacio Episcopal, en el solar de Santa Nonia, realizando para ello un edificio de nueva planta, y en San Marcelo, que rechazamos. Mientras tanto, Pallarés quedó sin uso y en 1997 propusimos al ministerio que lo comprara. Se dieron tanta prisa que la operación no se cerró hasta el 2001.

Fue entonces cuando comenzamos a trabajar en el plan museológico que, por cierto, va a ser el primero que se publique en España. -Así que supongo que en más de una ocasión se plantearía tirar la toalla o, al menos, perdería la esperanza. -Cuando uno pierde la esperanza, se va, y yo tuve la suerte de empezar en esto con 24 años. Eladio Isla, uno de los directores del museo, me dijo en una ocasión: «Señor Grau, márchese que esto no tiene remedio». Él sí perdió la esperanza, pero tuvo que enfrentarse a muchas cosas que yo me ahorré. -¿Cómo cuáles? -Le perdieron piezas y otras se las estropearon.

-El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. ¿Quién le ayudó y quién le puso la zancadilla? -

La Diputación siempre nos apoyó, a pesar de no tener nada que ver. Nos ofrecía la parcela de Santa Nonia gratis y por Pallarés pagamos el mismo precio por el que la institución provincial lo adquirió años antes. Después, hay personas concretas que se portaron bien, como Amparo Valcarce, que cedió a pesar de su posición inicial cuando el Gobierno del PP adquiere Pallarés.

Asumió un proyecto político de otro partido como propio, y eso es de agradecer. También los dos directores generales de Bellas Artes: Primero Joaquín Puig de la Bellacasa con el PP y después Julián Martínez Novillo con el PSOE. Ambos han demostrado una gran sensibilidad. -¿Y las zancadillas? -Zancadillas no, lo que sí recuerdo es la indiferencia, pero no es el momento de ser rencoroso, peor para ellos.

-Una vez inaugurado el museo ¿Cuál es su misión? -

Básicamente, contar la historia de lo que hoy es el territorio de la provincia. Lo que ocurre es que en el plan museológico tuvimos claro desde el primer momento que teníamos que aprovechar las nuevas teconologías, crear ambientaciones y áreas temáticas para implicar a los visitantes en el museo.

-¿Cómo se han elegido las piezas que forman parte de la exposición?

Lo digo porque se exponen unas dos mil y los fondos del museo ascienden a por lo menos cinco mil. -Hay dos criterios básicos: El valor intrínseco por su excepcionalidad (caso del ídolo de Tabuyo) y por su relevancia para la narración que se está contando, como la palabra que mejor sirve al discurso.

-¿Hay piezas importantes que siguen en el almacén? -

Todas las que están, son, pero podría haber alternativas. Se verá con el tiempo, pero esta vez es la primera que el Museo de Léon adquiere su verdadera dimensión. -¿Hay alguna pieza que le gustaría conseguir? -Hemos construido el museo con lo que tenemos. Me encantaría, por ejemplo, la tabla de Nicolás Francés que está en el Prado, pero esa política sólo serviría pra vestir un santo desvistiendo otro.

Otra cosa es que pidamos piezas como el mosaico romano de Villa del Río, que estaba en los almacenes del Arqueológico Nacional. -Pero se seguirán adquiriendo piezas, supongo. -El mercado de antigüedades es imprevisible. Hay un fondo para adquisiciones abierto. La última pieza que se adquirió fue la Santa Escolástica de Nicolás Francés. -¿Se podría reclamar, por ejemplo, el Beato de Fernando I y Sancha, que ha sido maltratado en la Biblioteca Nacional? -Lo que ha ocurrido con el códice me parece una pena, pero desmontar museos supone desmontar la idea de país y volver a la situación del siglo XIX.

Por otro lado, en el caso concreto del que me habla, hay muchas consideraciones que hacer. Para empeza, el Beato se estropeó en una exposición, con lo que debe tener un seguro.

-¿No cree que debería restringirse el préstamo de obras? -No, si están en condiciones de viajar y se garantiza su conservación. El Museo de León prestó tres piezas a la misma exposición de Roma a la que acudió el códice y regresaron intactas. Ahora mismo, por ejemplo, hemos prestado tres broches de conturones visigodos a la muestra Hispania gotorum que se celebra en Toledo.

-Por cierto ¿Durante «la noche oscura» que pasó el museo se perdió alguna pieza? -Sí. Hubo dos momentos, en julio de 1936, por razones obvias, y en 1964, cuando comenzaron las obras para convertir San Marcos en Parador Nacional. En el primer caso, hubo combates en su interior, y los milicianos comenzaron a arrojar piezas del museo a los soldados cuando se les acabó la munición. En 1964 se perdieron inscripciones porque fueron empleadas en los cimientos al pensar los obreros que eran simples piedras. En cualquier caso, no eran piezas fantásticas, como puede suponer. El Museo ha sido garante de las conservación de lo que custodiaba y puedo decir que está todo lo que había en tiempos de Gómez Moreno.

-Uno de los grandes desconocidos del Museo es el anejo de la villa romana de Navatejera. ¿Cómo van las obras de rehabilitación? -Bien. Ya hemos finalizado las obras de drenaje y consolidación y la idea es que los trabajos de consolidación de mosaicos y estructuras al aire libre estén terminados para primavera.

-¿Para cuándo su musealización? -La musealización será rápida. Si todo va bien y nada se tuerce, en el 2008 podría estar abierto. -¿Cuánto se invertirá? -No lo recuerdo muy bien, pero creo que las cifras oscilan entre los 50 y los 55 millónes de euros.

-¿Cuáles son lo retos del museo a partir ahora? -Funcionar bien, crecer en espíritu (risas). Lo fundamental es hacer un buen programa de exposiciones temporales. Lo que casi es seguro es que en otoño se celebrará aquí el Congreso Nacional de Museología, que traerá a León a expertos de toda España. Hay muchas actividades en cartera que aún es pronto desvelar, esto es sólo la primera piedra. Por otro lado, hemos instalado un buzón de sugerencias a la entrada para que los visitantes opinen y nos ofrezcan sus puntos de vista.

-¿De qué adolece este museo? -

Sin duda alguna, una de las lagunas del museo es la falta de estatuaria romana, pero la realidad es que faltan en todo el noroeste. -¿Cuál es la razón? -La mayoría de las estatuas se concentran en Levante y en el territorio de la Bética, a causa del tipo de romanización. Aquí, se basó más en la escritura porque no se estaba tan asimilado como en el sur y los símbolos de poder como las estatuas no se entendían. A los indios de América, por ejemplo, se les mostraba el dibujo de un caballo y no veían el caballo. Necesitaban verlo en movimiento, sentir su olor. Es algo parecido.

«Las obras de la villa de Navatejera van bien y podrá inaugurarse en el año 2008» «León será la sede en otoño del Congreso Nacional de Museología» «El mercado de antigüedades es imprevisible, por eso hay un fondo para adquisiciones abierto para la compra de piezas» LUIS GRAU, director del Museo de León.

Fuente: Diario de León.

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