Visita guiada al poblado minero de Rioseco, a los pies de una explotación que data del 2500 antes de Cristo En el principio fue el cobre. Hace 4.000 años, los asturianos ya eran mineros. Extraían cobre de las entrañas del Aramo, donde se han encontrado esqueletos completos y herramientas de la época. La mina fue explotada de nuevo entre los siglos XIX y XX. Hoy Riosa la mira como una de sus apuestas de futuro como atractivo cultural y turístico.
Rioseco, E. LAGAR
Es un día de barro y niebla. Dimas Hevia Villanueva, de 82 años, va de copiloto en Land Rover a ver los restos del poblado minero de Rioseco, levantado en 1892 por la compañía inglesa The Aramo Cooper Mines Ltd. para explotar los yacimientos de cobre localizados en una campa denominada del Texéu, a hora y media de empinado camino del poblado. En realidad, los ingleses no habían descubierto un filón. Lo habían redescubierto: retomaban la extracción del primer mineral que el ser humano aprendió a utilizar en su largo camino evolutivo y que de hecho ya extraía en esas mismas galerías excavadas en el cuerpo calizo del Aramo entre el 2500 y el 1500 antes de Cristo.
Dimas Hevia es hijo de uno de los peones que trabajaron para el inglés levantando los edificios, hoy arruinados, de Rioseco. Él mismo trabajó después en aquella mina de cobre, ya bajo la propiedad de la Sociedad Minerometalúrgica Asturiana, S. L. (Metastur). Bien mirado, este minero jubilado que luego sacó carbón en el pozo Montsacro sería uno de los últimos eslabones de una estirpe de mineros asturianos que comenzó hace 4.000 años en el Aramo. Verlo así da vértigo.
-Un día fuimos a barrenar pa subir el nivel del travesal. Entonces fundió y apareciónos el esqueletu. Taba posáu allí en bajo. Un cadáver, pero peláu por completo. Y El Mudu, un que trabayaba conmigo empezó a recular, que marchaba de allí. Nun volvió en tres días a trabayar. Yera mudu, sí. Pero pa cagase en la madre que te parió yera mudu como yo.
Con este episodio Dimas Hevia da fe de cómo la explotación del cobre del Aramo desde finales del XIX y hasta 1955 destruyó parte de los restos de la mina prehistórica. Pero no todos. El verano pasado, el equipo encabezado por el catedrático de Prehistoria Miguel Ángel de Blas y el ingeniero de minas y profesor universitario Manuel Suárez encontró un esqueleto completo de hace 4.000 años, los restos de uno de aquellos antiguos mineros que, al igual que Dimas Hevia, sacaron el mineral de cobre del Aramo. No era el primer resto humano encontrado en esta mina prehistórica. A finales del XIX ya se encontraron entre 19 y 26 esqueletos. No están documentados con precisión.
La misma mina
La mina era la misma, cambiaban las herramientas. En la Prehistoria utilizaban astas de ciervo o mazas de cuarcita. En los tiempos de Hevia, martillos hidráulicos. «Aunque eso vino después, primero sí empezamos a maza», comenta Dimas.
El equipo dirigido por Suárez y De Blas acometerá este verano la tercera campaña de investigaciones en las minas prehistóricas de Texéu. Pretenden acceder a nuevos tramos de la explotación, donde esperan encontrar más herramientas de aquellos mineros prehistóricos.
Mientras la investigación científica avanza, la mina de Texéu y el poblado de Rioseco van ganando potencial de futuro para el concejo riosano. El Ayuntamiento está a punto de escriturar los terrenos y acometerá una primera limpieza y desbroce de Rioseco. Más adelante llegará el proyecto para rentabilizar con un turismo de corte cultural unas instalaciones mineras y su fascinante historia. Riosa reclamará fondos mineros. El presupuesto inicial está en 6 millones de euros.
Mientras no lleguen los análisis de los restos prehistóricos encontrados el pasado verano y los científicos puedan hacer «hablar» a la osamenta de este minero milenario, lo que se puede escuchar con las historias -no menos interesantes- de quienes trabajaron en la explotación hace medio siglo.
Bendita miseria
«¡Pasamos delles!», exclama Argentina Muñiz, de 84 años, una de las dos vecinas de Llamo, el pueblo más próximo a la explotación abandonada. «Ganábemos trecientes pesetes. Era una miseria. Pero aquella miseria valiónos mucho». A mediados de los años cuarenta del pasado siglo había unos 80 hombres trabajando en la mina de Texéu y 44 mujeres abajo, en Rioseco, separando la caliza del cobre. También tiraban del cable tendido por la empresa para bajar el mineral. «Había unos paisaninos mayores a los que-is dieron trabajo por caridad. Nosotres poníemos un paisanín delante y otru detrás, así que teníes que tirar pol paisanu y pola maroma. Pero tirábemos, yéremos como mules, igual, igual». Argentina tiene un humor envidiable. El regreso a Rioseco le devuelve amarguras, pero también la perfuma con el aroma de la juventud. «Había unes cuantes que yeren muy males. Garraben por les partes a los pinches jovencinos que veníen. Pero yo garrábales a elles, con una mano en les partes y otra en una teta y quedaben K.O. Esto era así, que no oscureza viva si te cuento una mentira. ¡Yéremos el demonio!».
Argentina y Dimas, los asturianos que empezaron a ser mineros hace cuatro mil años, hacen memoria de los días helados que sufrieron allí. «No había forma de comer sentáu del frío que hacía», indica Dimas, quien se entretiene en mirar al horizonte montañoso y en señalar un lugar que llama Les Espines de Foz, donde la leyenda dice que un rey «que se llamaba Ganzos» enterró su tesoro tras ser derrotado por otro monarca «que nun sé cómo se llamaba». Cuenta que Ganzos dejó en una cueva «que baja aplomá» tres cofres de oro protegidos por una culebra en su interior y, antes, por un gigante con una maza y un puente con resorte. Se detiene un segundo, le brillan los ojos: «Pero, claro, ¿eso quien lo vio?».
Fuente: La Nueva España
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