16 septiembre 2007

La necrópolis de Cóndor Amaya, un tesoro en peligro

El equipo de arqueólogos comandados por Jedú Sagárnaga.

Texto | Redacción ¡OH!

Fotos | Jedú Sagárnaga

Patrimonio | Los hallazgos en la zona hacen suponer que los arqueólogos han encontrado la necrópolis pre incaica más grande de la región andina.

Llegar a Cóndor Amaya no es complicado. Esa ha sido durante los últimos años la principal desventaja de esta ciudad milenaria y silenciosa. Basta seguir la carretera asfaltada que une a La Paz con la chilena ciudad de Arica y a la altura del kilómetro 160 desviarse del camino durante algo menos de 20 minutos. De principio no se ve nada. Surge una pintoresca serie de lomas de entre diez y 30 metros de alto, rasgadas y cuadriculadas de sembradíos de cebada. Las alternan pequeños cañadones. Todo aparenta ser una ligera alteración de la uniformidad del altiplano.

Avanzando hacia sur aparecen algunas casitas de adobe con las puertas de menos de 1.30 de altura que recuerdan a los tiempos cuando en Los Andes todo era un altar y cada poblador debía reverenciar al sol apenas salía de su casa.

En este caso salen quienes preguntan sobre los motivos de la visita. Si no es conflictiva ni amenazante, el paso es permitido. Dos lomas más. Al ascender la última, el suelo se muestra saturado de restos de vasijas e incluso astillas de huesos humanos. La vista distraída hacia el piso da el último resguardo antes de llegar a la cima. De pronto, como en una historia de leyenda, aparecen decenas de torres alineadas simétricamente de tres en tres. Una de seis metros de alto por tres de ancho, ornamentada y de coloración rojiza. Las otras de menos de dos por 2,5 metros, rústicas y color arcilla. Es la ciudad de los “cóndores muertos”, la necrópolis andina donde, según se interpreta, descansan grandes reyes y nobles junto a los vasallos que los acompañaron en el último viaje.

El arqueólogo Jedú Sagárnaga descubrió el lugar en 1997. Y su ubicación dio paso a incesantes saqueos y atentados. Fue el precio del progreso que, sin embargo, hoy puede invertir sus efectos.

El Proyecto

El Proyecto Amaya Uta 2007 de excavaciones arqueológicas, ubicado en la localidad de Huayllani/ Cóndor Amaya, es la primera fase de un ambicioso programa que incluye la puesta en valor del yacimiento y su gestión cultural y turística. Cuenta con el auspicio de la Embajada de los Países Bajos, y su duración está prevista para tres meses, habiéndose iniciado a mediados de julio. De tal manera, los resultados que se tienen son preliminares, pero no por ello menos importantes.

El primer reporte científico que se tiene, corresponde al arqueólogo Jedú Sagárnaga, quien en 1997 encabezaba a un equipo de investigadores que realizaban una prospección de la zona. “Trabajábamos allí por encargo del Departamento de Medio Ambiente del Servicio Nacional de Caminos que en aquél entonces construía la carretera Patacamaya – Tambo Quemado con un financiamiento del BID. Dadas las poco usuales características del chullperío (término que comúnmente designa al conjunto de chullpares), nuestra inicial intención fue la de realizar allí una primera fase de investigaciones con el fin de entender su significado y los procesos socio-históricos allí acaecidos, que no fue posible por la negativa del BID de disponer de recursos adicionales para tal estudio. Sin opciones alternativas, mi grupo y yo nos retiramos de allí con la incertidumbre de la fecha de nuestro retorno, pero seguros de que ella llegaría”.

Tal como vaticinó Sagárnaga, quien volvió periódicamente al sitio en compañía de sus alumnos de la carrera de arqueología de la UMSA, a principios del 2001 la trágica noticia de que una torre funeraria se había derrumbado lo obligó a retornar por más tiempo al lugar, donde pudo constatar que las intensas lluvias y la inestabilidad del terreno habían ocasionado el colapso de una torre en el sector que etnográficamente recibía el denominativo aymara de “Quimsa wila chullpa”, que en castellano significa “las tres torres funerarias rojas”, ya que allí se erguía un majestuoso trío de torres pintadas de rojo.

Se trataba de torres de inusual tamaño (de aproximadamente 7,5 m de alto), emplazadas en una loma baja un tanto aisladas de las otras. Su tamaño, color y emplazamiento geográfico particular, no debió ser casual. Tal vez allí fueron inhumados personajes de importancia singular durante el Horizonte Tardío, pues es a ese período al que tentativamente los arqueólogos afilian éstas y la mayoría de torres de la localidad.

Alarmados por el deterioro en el que encontraron el lugar, Sagárnaga y su equipo comenzaron una ardua lucha en el afán de conseguir la atención necesaria para la preservación del tesoro, sin embargo la respuesta no fue la esperada. “Hemos –literalmente– peregrinado ante las autoridades de Cultura, de Turismo y prefecturales además de escribir varios artículos en la prensa local e internacional advirtiendo sobre el peligro que corre el resto de estructuras, y la necesidad de estudiar y conservar esta importante localidad arqueológica. Nunca nos proporcionaron una efectiva colaboración, a no ser que en su delirio crean que dar una palmada en la espalda o rubricar una carta se constituya en una”, se queja el arqueólogo.

Ante los oídos sordos, la ayuda ha debido llegar de otras fuentes. El Lic. Alberto Arghatha, asesor general de la Comisión de Desarrollo Sostenible, Económico y de Infraestructura del Honorable Senado Nacional, quien se interesó en el tema hasta el punto de viajar hasta el lugar, promovió junto a otros senadores la declaratoria de Cóndor Amaya como Monumento Nacional mediante Ley 3597 de 10 de noviembre de 2006.

La Prefectura declaró Patrimonio Departamental al sitio, gracias a Moisés Avila y a Marlene Mercado, funcionarios de la Dirección de Cultura. Algo similar ocurría poco después en el Municipio de Umala.

¿Qué es Cóndor Amaya?

Para el arqueólogo Jedú Sagárnaga, es importante definir que el término de “chullpa” se ha utilizado equívocamente señalando a las construcciones funerarias en sí, cuando en realidad debería referirse al personaje inhumado en su interior. Sin embargo, dado que el término se ha hecho común, puede hablarse de chullpares que conforman la fantástica necrópolis. Para estudiarla mejor, la zona se ha dividido en seis áreas, separadas por quebradas formadas en el transcurso de los años. Sobre las lomas bajas están emplazadas más de una veintena de chullpares o torres funerarias de distinto tamaño y estructura. “Existen algunas pequeñas y de color amarillento en un estado de conservación muy malo, mientras que otras tienen tamaño poco habitual, pues alcanzan en algunos casos hasta 6 y 8 metros de alto. Adicionalmente han sido pintadas en su superficie externa con un color rojizo, e inclusive un par de ellas poseen motivos geométricos pintados en el frontis, sobre el vano. Aunque la erosión eólica y pluvial ha deteriorado en grado sumo las estructuras, puede decirse que su estado de conservación es más bien regular en líneas generales, siendo que unas están mejor conservadas que otras”, explica Sagárnaga.

El lugar ha sido saqueado durante años, y si bien en el interior de las chullpas es difícil encontrar materiales arqueológicos, si es posible recuperar huesos humanos desarticulados que dan cuenta de la función de tumbas que tenían las torres. “Tomando en cuenta que tumbas subterráneas han sido encontradas en diferentes lugares en asociación con chullpares (es el caso de Sillustani, Chusakeri, San Miguel de Uruquillas, Huachacalla, Caquiaviri, etc.) nuestra presunción era que en Cóndor Amaya también existían tumbas subterráneas próximas a las torres, por lo que uno de los objetivos de las excavaciones era precisamente tratar de ubicar algunas”, dice Sagárnaga.

El arqueólogo explica que en torno a las torres, y en una superficie bastante extensa, la dispersión de cerámica decorada es bastante alta. Una de las posibilidades para la existencia de tal densidad es que el saqueo de las tumbas, que debieron concentrar grandes cantidades de artefactos en calidad de ajuar funerario, habrían ocasionado el destrozo de cientos de objetos cerámicos cuyos restos son los que ahora se encuentran y que sufrieron procesos de denudación.

Los descubrimientos

Las cerca de cuarenta unidades de excavación hasta ahora abiertas dan cuenta de varias características. En primer lugar, no se han ubicado tumbas subterráneas inmediatamente delante de las torres funerarias y los restos esqueletales que de manera casual (sobretodo durante las labores agrícolas) suelen encontrarse, aparentemente fueron arrojados del interior de las cámaras y posteriormente fueron cubiertas por sedimentación a poca profundidad.

El ajuar funerario, si existió, es prácticamente inexistente. Se presume que la gente era enterrada al menos con sus vestidos, los mismos que por ser altamente vulnerables, han desaparecido. En solo contadas ocasiones se han encontrado algunos artefactos asociados a los restos, pero ni siquiera podría decirse de todos ellos que constituyeron el ajuar del muerto. Resulta llamativo, por ejemplo, que en una de las tumbas se haya recuperado dos fragmentos de dos diferentes escudillas con decoración pintada según el estilo conocido como Inka Pacajes o Saxamar. Si bien ello indica que su filiación es Inka o más tardía, no parece apropiado pensar que esos pedazos de cerámica hayan constituido un “ajuar” en el sentido estricto de la palabra.

Muy poca cerámica asociada a las tumbas ha sido recuperada. Los cántaros, evidentemente dañados por la actividad agrícola y la erosión, no estaban directamente asociados a los entierros, aunque ello no descarta su calidad de ofrenda a los antepasados allí inhumados. Pese a ello, el contexto refleja una pobreza material de los individuos inhumados, y obviamente de los parientes. Como excepción se ubicó una cámara funeraria subterránea muy bien elaborada en base a material lítico con forma de botella con la base más expandida que la boca. Su tamaño sería considerable frente a los entierros anteriormente mencionados. “Se han tomado muestras de ciertos extraños elementos asociados al esqueleto para su ulterior análisis en laboratorio, que bien podrían haber derivado de la transformación de objetos de origen orgánico (textiles, madera u otros), que pudieron haber constituido el ajuar funerario del individuo”, indica Sagárnaga. “Llama la atención el trabajo delicado en la construcción de la cámara subterránea, que no hemos visto en otros contextos arqueológicos. Sobre todo es llamativo el tamaño que tal vez estaría indicando un estatus más o menos alto del individuo allí inhumado. Toda la cámara está hecha en base a sillares de piedra. Una primera hilera de grandes lajas colocadas en forma vertical, sostiene las hileras superiores de piedra más pequeña sin trabajar. Resulta interesante el hecho de que el piso está parcialmente empedrado. También hay que señalar que la hilera inferior presenta, entre laja y laja, pequeñas y delgadas piedras a guisa de cuñas que a la vez debieron servir para tapar las fisuras y así evitar que filtren residuos a la cámara, lo cual –en todo caso– no funcionó o al menos no totalmente. Los restos óseos del único individuo allí inhumado”.

Otra fase del trabajo se ha dirigido hacia el conjunto de torres que los habitantes locales llaman “Tama Chullpa” y que significa “agrupación de torres funerarias”, donde se tiene la mayor concentración de chullpares. Como dato de interés, Sagárnaga explica que hace algunos años realizó el reconocimiento de otro gran chullperío al Sur del departamento de La Paz y que cuando se les preguntó la toponimia, los informantes dieron la denominación de “Tama Chullpa”, lo que vendría a ser por tanto una denominación genérica extendida.

Dentro de los descubrimientos, llamó la atención de los expertos, el entierro de un infante (entre 6 y 8 años, según las observaciones preliminares), que fue cuidadosamente depositado en la pequeña fosa practicada en el piso con varios objetos cerámicos, todos fragmentados al momento de la excavación con excepción de un cuenco de paredes cóncavas.

En los hechos

De acuerdo a Sagárnaga, la inicial suposición de los arqueólogos de que en la localidad de Huayllani / Cóndor Amaya existirían tumbas subterráneas, ha sido virtualmente comprobada pues, aunque los sondeos en el espacio inmediatamente aledaño a las torres hayan sido estériles, están convencidos que el amplio espacio en torno a ellas (por delante y por detrás) está lastrado de tumbas subterráneas. Una razón más para proseguir con las investigaciones, pero también para proteger apropiadamente el yacimiento de los huaqueros.

Por otro lado, la dispersión cerámica que se observa en superficie es muy grande. “Hasta ahora la evidencia recuperada apunta a que las tumbas subterráneas en torno a los chullpares se ubicaban a escasa profundidad, y la erosión las ha puesto en descubierto o casi al descubierto. La intensa actividad agrícola a través de cinco siglos, y sobretodo la introducción del arado con yunta, hizo el resto. La información etnográfica recuperada da cuenta de los constantes hallazgos fortuitos de piezas de alfarería. Cuando el buey hunde su pata en un hueco, el resultado es un objeto destrozado, cuyos fragmentos se esparcen casi de inmediato”, explica Sagárnaga, añadiendo que casi todos los materiales cerámicos recuperados hasta ahora corresponden a la aún mal conocida cerámica local del Período Intermedio Tardío que algunos autores prefieren llamar de los DD RR y que la arqueología boliviana no ha podido establecer con claridad la vinculación de esta cerámica con el señorío Pacajes, sobre todo ante la escasez de materiales y su dispersión espacial.

La llamada apresuradamente “cerámica carangas”, tiene extrema similitud con la que se encuentra en el territorio que también etno históricamente ha sido adjudicado a los Pacajes. “Y similar cosa podemos decir de los sistemas inhumatorios en ambos territorios. Aunque no solo el proyecto, si no los estudios arqueológicos referidos a este período, están aún en una fase inicial, es posible que debamos entender a los grupos del altiplano norte y central, como una sola unidad cultural, o al menos con elementos materiales culturales comunes, quien sabe producto de un mismo entronque histórico y hasta étnico”, concluye, no sin antes explicar que el trabajo de campo continúa y que sus resultados serán entregados a la Unidad Nacional de Arqueología de Bolivia y publicados en la revista Chachapuma.

Sin duda el resultado más contundente de este hallazgo y de la investigación, es la necesidad de contar con los fondos suficientes para la preservación de este patrimonio, caso contrario, cualquier esfuerzo caerá en saco roto. (Artículo elaborado con datos del informe preliminar de Jedú Sagárnaga).

Fuente: Los Tiempos

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